Ochenta y cuatro años atrás, el 25 de septiembre de 1936 la aviación fascista lanzó cuatro bombas en Durango. Una de ellas sobre el frontón de Ezkurdi, bomba que acabó con la vida de doce personas. Los fallecidos eran milicianos y refugiados que jugaban a pelota en el frontón, o pasaban la mañana en la zona. No hubo durangueses entre los fallecidos. Enfurecidos por lo sucedido, compañeros de los milicianos fallecidos asaltaron la cárcel de Durango y sacaron de ella a veintidós durangueses que se encontraban presos. Los llevaron al cementerio y los fusilaron allí mismo sin juicio previo.
El pasado condiciona el presente
Son numerosas las luces y sombras sobre este suceso. Incluso ha perdurado muchos años como contrapunto a los bombardeos del 31 de marzo de 1937, como si un incidente condicionara el otro. Porque los fusilados en el cementerio, a diferencia de los muertos por las bombas, eran durangueses, y estaban en la cárcel supuestamente por ser partidarios de la sublevación fascista.
Por nuestra parte, el objetivo de este post no es explicar "una nueva verdad" sobre aquellos hechos, si no enriquecer el relato de lo sucedido a través de testimonios recogidos durante años por la Asociación Durango1936.
LOS HECHOS
Jon Irazabal los recogió así en el libro "Gerra Zibila Durangaldean 1936-1937":
"El 25 de septiembre, alrededor de las once de la mañana, varios aviones procedentes de Vitoria bombardearon Durango. Estos aviones eran favorables a los militares levantados y arrojaron cuatro bombas sobre Durango. Una de esas bombas cayó en el frontón de Ezkurdi. En el frontón había un grupo de milicianos y refugiados huidos de Gipuzkoa descansando y jugando a pelota. La bomba impactó en la pared lateral del frontón y estalló entre las personas. Causó 12 muertos y muchos heridos. Los fallecidos eran varones de entre 18 y 32 años, en su mayoría guipuzcoanos. Otra de las bombas cayó en la campa del doctor Marcos Unamuzaga, y las dos restantes en la estación de tren.
Tras el bombardeo, un grupo de milicianos, formado probablemente por miembros del batallón Rusia de las Juventudes Socialistas unificadas (JSU), ante la muerte y el dolor causado por el bombardeo, fue a la cárcel que se encontraba en Ermodo ".
En el testimonio recogido por Durango 1936, Santi Barrutia Bizkarguenaga se suma a lo apuntado por Irazabal. Barrutia añade que en aquella época los milicianos estaban acuartelados en el convento de las monjas de Nevers, al que se dirigieron en busca de armas antes de acudir a la cárcel.
En cualquier caso, sigamos con el relato de Irazabal antes de entrar en detalles:
"Los milicianos, tras superar a los guardias que custodiaban la cárcel, sacaron a los 22 presos que estaban detenidos allí, y los llevaron al cementerio. Allí fueron fusilados, junto a la capilla del cementerio, sin que se celebrara juicio alguno. Uno de los fusilados, Mario Zabala, fue encontrado aún con vida por el Ambrosio Uriona cuando fue al cementerio a enterrar a los muertos ".
Sobre la participación de durangueses en el asalto de la cárcel: dos huellas
Estos sucesos del 25 de septiembre de 1936 han llegado a nuestros días como envueltos en la niebla del tiempo. Huelga decir que los bombardeos del 31 de marzo de 1937 son mucho más conocidos para los y las duranguesas de hoy en día. Sin embargo, los sucesos del 25 de septiembre de 1936 dejaron una huella profunda entre los que los presenciaron, fueran adultos, o niños.
Una vez el alzamiento fascista sustituyó al poder democráticamente establecido, el régimen honraría a quienes fueron fusilados. Como señala Santi Barrutia Bizkarguenaga, la actual calle conocida por los durangueses como Antso Estegiz Zumardia (que va del casco histórico al cementerio) pasaría a ser la Avenida de los Mártires de la Tradición.
No es del todo aventurado afirmar que estos fusilamientos condicionaron en gran medida la memoria popular de Durango. Ya que, al hecho de que, como en otras localidades, los vencedores hubieran impuesto su ley, en Durango se le sumaba que éstos tenían sus mártires. He ahí una huella.
La otra huella sería la que marcaría a los "culpables". Varios nombres de durangueses aparecieron en los juicios de los fascistas relacionados con el asalto de la cárcel y los fusilamientos posteriores, e incluso, en los comentarios que se difundían aquí y allá. Varias familias de Durango, además de la ya consabida condena de formar parte del bando de los perdedores, tuvieron que llevar consigo la acusación de ser padres, madres, hermanos, hermanas… de los responsables de los fusilamientos. A pesar de las décadas transcurridas, la preocupación de muchas de estas familias ha seguido siendo que quedara claro que los suyos no participaron en estas acciones e, incluso, que intentaron que no sucedieran.
Juan Eskubi Urtiaga presidía el Comité de Defensa de Durango desde el alzamiento fascista. Su hermano menor, Agustín Eskubi (1922-2018), tenía catorce años aquel 25 de septiembre. Siempre recordó que su hermano había intentado evitar el asalto a la cárcel. Es más, él mismo fue testigo de ello. Juan Eskubi Urtiaga fue fusilado el 24 de octubre de 1938 en el cementerio de Derio.
"Yo no estaría aquí si no hubiera sido por tu padre"
Hay una anécdota asociada a Juan Eskubi que se recoge en el libro de Jon Irazabal, y que Juan Mari, hijo de Juan Eskubi, también la narró en su testimonio para Durango 1936. Parece ser que los milicianos anteriormente citados, trataron de detener a otros tradicionalistas de Durango además de los veintidós que se encontraban detenidos en la cárcel. Uno de estos tradicionalistas era Antonio Iturralde, que trabajaba en la fábrica de Mendizabal. Siete décadas después, su hijo contactaría con Juan Mari Eskubi para contarle su versión.
"Si no te callas, te llevamos a ti"
Esteban Nicolás Barreña era un joven anarquista durangués. Inmediatamente después de la sublevación fascista, se unió al batallón Malatesta. El 25 de septiembre de 1936 estaba en Durango y varios testigos han declarado que fue uno de los que intentó que no se produjera el asalto de la cárcel. Tiempo después, una vez establecido el régimen, no faltó quien intentara asociar el nombre de Esteban Nicolás con las muertes del cementerio. Lucía Gamboa presenció lo ocurrido en la cárcel y conocía a Esteban Nicolás. "Si no te callas, te llevamos a ti", recuerda Lucía que le dijeron a Esteban Nicolás Barreña. Un año más tarde, en 1937, Barreña fue apresado por los fascistas en Santander y lo internaron en el campo de concentración del Sardinero. Desde el 11 de octubre de aquel año nadie supo más de él.
No son los dos arriba citados los únicos durangueses a los que relacionaron con los fusilamientos. Varios nombres y apellidos circularon por los mentideros y, lo que es peor, fueron acusados y sentenciados penalmente por ello. En los testimonios recogidos por la Asociación Durango 1936 nadie ha identificado a durangueses entre quienes sacaron a los veintidós presos de la cárcel y los fusilaron en el cementerio. No es nuestra intención trazar una nueva línea entre "buenos" y "malos", pero hay verdades que necesitan ser escuchadas.
Fusilamientos del cementerio
Multitud de personas siguieron desde la cárcel hasta el cementerio a la fila formada por los prisioneros y los milicianos. No olvidemos que los presos eran durangueses y que en Durango, por aquel entonces, todo el mundo se conocía. La mayoría de las personas que han prestado su testimonio a Durango 1936 eran jóvenes, o niños/as en aquella época, pero guardaban vivos recuerdos de lo sucedido. La comitiva que partió de la calle Ermodo y se dirigió hacia el cementerio tenía, sin querer resultar cruel, un punto de espectáculo para aquellos niños y niñas que aún desconocían el significado de lo que ocurría ante sus ojos.
Alberto Barreña era un niño de doce años en aquel septiembre de 1936. Los alrededores del cementerio eran una zona de juego habitual para Alberto y sus amigos. Aquel día la multitud que venía del casco viejo cambió por completo sus juegos rutinarios. Alberto vio llegar a los prisioneros y a los milicianos y cómo entraban en el cementerio. No vio nada de lo que pasó posteriormente en el interior, pero sí fueron testigos de ello algunos chicos mayores que ellos.
Luces y sombras
Veintidós durangueses fueron asesinados sin juicio previo y sin derecho a defensa. Lo mismo les sucedió, horas antes, a otras doce personas en Ezkurdi.
Más pronto que tarde los muertos serían más. Seis meses después del 25 de septiembre, el 31 de marzo de 1937, serían más de trescientos en Durango. Otros caerían en el frente, o fusilados tras juicios sin garantía alguna, contra las paredes de cementerios más allá de Durango.
Al inicio de este artículo decíamos que los sucesos del 25 de septiembre de 1936 son sucesos con muchas luces y sombras. A nosotros y nosotras que tenemos como objetivo la verdad, la justicia y la reparación, es a quienes más nos interesa la luz. La sombra, la mentira, y la media verdad sólo favorece a quien ya ha escrito su historia.
Y una vez puestos a pensar en por qué los y las duranguesas, y nuestras instituciones, tardaron tanto en abordar temas referentes a la memoria hitórica, quizás, no deberíamos obviar estos acontecimientos de hace ochenta y cuatro años.
Más vale tarde que nunca.
Nota: más testimonios sobre el 25 de septiembre de 1936 en este enlace.
Nota: nuestro más sincero agradecimiento a Jon Irazabal Agirre (Gerediaga Elkartea) por su gran aportación y generosidad en estos años en el campo de la memoria histórica de Durango y Duranguesado. Dos de sus libros han servido de base para este artículo ("Durango 1937 martxoak 31-31 de marzo de 1937" Gerediaga Elkartea 2001; "la guerra civil en Durangaldea 1936-1937" Gerediaga Elkartea 2012).
Gracias también a todos los testigos que han ofrecido sus testimonios a la Asociación Durango 1936. Muchos no están hoy en día entre nosotros, pero gracias a ellos y ellas sabemos más de nosotros mismos, y del valor de la libertad.